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martes, 15 de agosto de 2023

Sobre la oración / meditación

 



"Yo he descubierto que la clave en los inicios de la oración continua radica en no mover el cuerpo, aunque al principio sea algo como forzado. No hace falta mucho tiempo de esto, solo un poco.

Porque como te dije una vez, al inmovilizar el cuerpo se me hacen más evidentes las pulsiones y los deseos de movimiento y entonces, al ver lo que sucede puedo orar con el Nombre de Jesucristo en oposición a los movimientos.

En lugar de mover el cuerpo, se puede canalizar la tensión a través de un movimiento mental, repitiendo El Nombre del Señor o la frase preferida de oración. Esto sirve para empezar a concentrar la mente y para acostumbrarla a mi manejo, a que se conduzca según mis intenciones y no conforme a sus desvaríos.

También la resonancia del Nombre de Jesucristo es la gracia que empieza a acrecentarse en nuestro corazón, porque nadie lo invoca sino es movido por el Santo Espíritu. Si repites el Nombre, estás dando lugar al Espíritu, a su acción purificadora e inspiradora en ti.

Habrá toda una rebelión de los apetitos del movimiento, una pugna por salir de la cárcel de la quietud, una búsqueda desesperada por liberar las tensiones mediante el movimiento, corporal o mental.

Entonces, persistir en repetir la oración pidiendo la gracia de la quietud del corazón, de la paz del espíritu. Porque lo que he vivido es que siempre que se repite la oración, esta va adoptando tonalidades diferentes. Es como si a través de las mismas palabras, fuera orando el corazón de acuerdo a su estado y necesidad.

¡Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí! dice la mente y sin embargo el corazón grita... ¡Líbrame Señor de la angustia! o ¡Dame la paz Señor! o ¡Enséñame a orar!... siempre está el corazón diciendo algo mientras se repite la oración.

Si se persiste en mantener quieto al cuerpo y si se persiste en repetir con la mente la oración, calmadamente, sin prisas, en muy pocos minutos empieza a sentirse en el cuerpo una sensación muy diferente. Fíjate que dije “en pocos minutos”, no es necesario un tiempo prolongado para que pueda uno percibir algo de la gracia del Espíritu Santo.

Tiempo y paciencia harán falta para estabilizarse en Él, pero no para tener unas primeras experiencias, que ayudan mucho; porque evidencian que algo maravilloso existe en nuestro interior al alcance de la mano, que es verdad y no mera creencia que el Reino de Dios está en nuestro interior...

Inmovilizar el cuerpo en alguna postura atenta, que no permita el sueño, pero no incomoda en demasía; adecuada y relajada pero que no facilite el sueño. Luego de esta inmovilización, acudir a la oración mental, a la repetición del Nombre o la oración que se prefiera, pero sin prisa y sin pausa. Al darse cuenta de que se está divagando, solo volver a la oración sin reproches. Persistir en esto un rato apenas y se comenzará a sentir de una forma no habitual el cuerpo, de una forma que podría decirse... dormido pero despierto, en calma, muy sereno el cuerpo con una suave vibración...y la mente que empieza a irse sin dificultad hacia ese nuevo sentir, repitiendo sin embargo la oración.

Son las primeras señales del Espíritu Santo, un tono diferente se sentirá en las manos, en el rostro y a la vez, la presencia del corazón latiendo suave, como si moviera los músculos del pecho, pero sin molestar, como acompañando todo esto.

Ya solo sentir esto va a permitir que el que se inicia perciba el gusto por la oración del corazón, la gracia que en ella se esconde o mejor dicho, lo que tenemos en el interior, la perla preciosa, que no se nos revela por el ruido mental y corporal en que vivimos. ¿Parece demasiado fácil?

Lo que pasa es que nadie se queda quieto y nadie desde esa quietud, Lo invoca. Porque rezar se reza mucho, en medio de la dispersión y la divagación y las ansias por que se concedan ciertos pedidos fruto del deseo personal..."


Fragmento del libro "Dios habla en la soledad". Estos párrafos ponen de manifiesto esta experiencia que algunos tenemos tan a menudo, la dificultad de estar quietos.

Cómo el cuerpo, que siempre es el espejo del alma, manifiesta esas tensiones, rigideces, miedos, conflictos en lo psicológico que tienen su contraparte física  y se muestran en  contracturas, desviaciones, dolores, nudos musculares, etc

La solución pasa por habitar el cuerpo, y este habitar significa no moverse, aceptar lo que hay y disolverlo a la luz de la Presencia que se hará evidente tras la aceptación de la quietud y la invocación del nombre.



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